Todos los que hemos recibido una mínima formación cristiana conocemos las parábolas del tesoro escondido o la perla preciosa.
Para los que no hayan recibido ninguna formación: en los evangelios, la parábola es un breve cuento que busca explicar algún concepto creando una situación con similudes a lo que se quiere describir (en el caso de Jesús, generalmente es el Reino de Dios) Copio el texto de Mateo, capítulo 13 versículo 44: Sucede con el Reino de Dios lo que con un tesoro escondido en un campo: el que lo encuentra lo deja oculto y, lleno de alegría, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
Esto me vino a la cabeza cuando en mi grupo Iuvenes, la comunidad de la que formo parte, celebramos una Eucaristía fin de curso, una celebración más o menos normal, más o menos sincera (creo que todo lo que puede llegar a serlo siguiendo el ritual), con participación de la gente, y con un sacerdote cercano. Acudieron mis hermanos (bueno, todos los allí presentes eran mis hermanos, pero me refiero a los otros hijos de mis padres ) y uno de ellos acompañado por su novia Marta (nombre figurado). Marta, que resulta que va todos los domingos a misa, estaba realmente emocionada por la Eucaristía que habíamos celebrado, tanto que a los demás casi nos parecía que bromeaba.
Sigue habiendo mucha gente cristiana y no cristiana, buscando un tesoro de este tipo, o al menos sensible a encontrarlo. Tengo continuamente demostraciones de este hecho, pero me resulta tan extraño que cada vez lo olvido… y vuelve a sorprenderme.
Yo sé que disfruto de ese tesoro, también que quiero entregarlo a quien me lo pida (hay para todos, no se agota nunca). No sé si la iglesia en su conjunto se muestra como portadora de ese tesoro, me parece que no. ¿Cómo podemos los cristianos mostrar ese tesoro del que disfrutamos? Primero, parece una tontería, pero disfrutándolo de verdad, con ir a misa a una parroquia no se crea ninguna “comunidad”, por lo tanto se sigue sin encontrar el tesoro. Después, vivir esa alegría, no olvidar donde se encuentra e intentar compartirla a tope.
¿Sabemos en mi grupo el tesoro que tenemos? Muchos sí, aunque también hay jóvenes que forman parte del grupo y no lo conocen, puede que incluso se marchen sin encontrarlo. Pensaré en qué estoy fallando.
DIOS TE BENDIGA
PAZ DEL SEí‘OR